Ya lo indicaba el profesor, Daniel Pennac en su libro Como una novela: “El verbo leer no soporta el imperativo. Aversión que comparte con otros verbos: el verbo ‘amar’…, el verbo ‘soñar’…” Y esto es cierto, por eso los procesos lectoescriturales deben desarrollarse, más que en ámbitos democráticos, en verdaderos espacios donde el sentido de la libertad, de la amorosidad y la felicidad sean el centro de toda experiencia de lectura significativa.

Por ello, los libros más trascendentales de la humanidad, como Don Quijote, la Biblia, El Popol Vuh, La Divina Comedia, La Odisea, El señor de las moscas, La montaña mágica, La metamorfosis, La hoja que no había caído en su otoño, Hamlet, El señor de los anillos, o aquellos de estos tiempos, como Harry Potter, Crepúsculo o Juego de tronos, contienen algo altamente explosivo en sus relatos: lo mágico, esotérico y misterioso.

Ese esoterismo es la marca que trasciende y hace que tanto el libro como el lector, sea éste iniciado o fluente, se muevan en universos de experiencias más allá de su ruta de vida cotidiana. Porque un libro tan mágico y esotérico como la Biblia no es propiedad de ninguna religión, ni tiene que ver con iglesia alguna. Es, sí, referencia cultural de pueblos antiguos que cuentan sus historias, mitos, fábulas y hasta actos amorosos, como en el “Cantar de los cantares”, texto de absoluto erotismo o aquel pasaje de alta magia y hechicería donde el profeta y maestro místico Moisés, frente al faraón quien hace aparecer una serpiente, extiende su cayado y hace aparecer otra de mayor tamaño. Son estos como otros, actos de alta alquimia, brujeriles (en términos esotéricos), de experiencias y hechos mistéricos que construyen procesos de complejidad en la mente humana y hacen del libro una verdadera y significativa experiencia de lectura.

También en libros, como Don Quijote o Harry Potter, donde lo mágico es parte esencial en la narración. Es en estos extremos donde el lector encuentra sentido, correspondencia y vive la experiencia de la libertad como hecho cierto, donde no existen impedimentos para trascender y trascenderse e instalarse en otros mundos. Donde lo ‘imposible’ no tiene razón de ser. Toda realización, todo acto de creación está ofrecido merced a la intrincada, laboriosa y compleja red de relatos que son expuestos en total y absoluta libertad.

Por eso es tan necesario atreverse a leer, y leer libros significativos, trascendentes, que permitan acercar la experiencia de la libertad del ser. Entender que la lectura de estos y otros libros, donde la magia de la vida se aprecia como esencia que impulsa hacia la libertad como plenitud, como vivencia y como hecho cotidiano, son el resumen de culturas que afirman la esencialidad de esa otra razón de existencia: la vida mística, amorosa, esotérica expresada en sus misterios como hechos cotidianos.

La libertad se vive, tanto en los hechos cotidianos de la vida como en la búsqueda de ella mientras construimos nuestras historias. Eso lo encontramos también en la lectura de libros que son sagrados, que resumen parte de una cultura.

No creo prudente que un neolector inicie su experiencia de lectura con textos complejos, como El libro de Urantia o el enigmático Codex Gigas (Biblia del Diablo). En esto siempre he deseado, al menos, tener entre mis manos para acariciarlo, el misterioso, enigmático e imposible de traducir (hasta ahora) Manuscrito Voynich. Texto o codex críptico que no ha podido ser descifrado, apenas se comprende parte de su complejo e intrincado sistema de dibujos y lenguaje imposibles de entender para los eruditos.

Sí sería grato iniciar la experiencia de la libertad con un relato corto, como La hoja que no había caído en su otoño, del escritor Julio Garmendia. Un cuento que en su sencillez muestra lo más complejo de la naturaleza, a partir de la historia de una hoja adherida a la rama de una ceiba que no quiere desprenderse y ve pasar su tiempo hasta que le llega su otoño y es tomada en el pico de un pájaro que en su vuelo responde el trino de un ave enamorada y ella, la hoja, va ‘cayendo’ eternamente al infinito.

Relatos como estos muestran el infinito de mundos que reflejan los misterios que encierran las lecturas de libros esplendorosos, como estos que citamos. Son ejemplos de libertad amorosa, construcción de universos donde la lectura es plenitud y certeza de vida eterna.

Juan Guerrero
Docente

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