Es paradójico que, en los momentos de sufrimiento, incertidumbre y angustia, afloren los vicios políticos que tanto contribuyeron a desbancar nuestro presente e hipotecar nuestro futuro. La única consigna parece ser la de conseguir votos a como dé lugar, los aplausos de los incautos, y las vivas de los que desean pescar a río revuelto. Es el populismo que esta vez arremete contra la educación privada con exigencias de rebajas profundas en los cánones de pensiones y colegiaturas, tal cual se tratase de baratillos e impunidad para la incultura de la morosidad. Todo, por cierto, cobijado en proclamas aparentemente justas para la grave situación existente.
Las medidas populistas que se plantean para la educación privada son, para utilizar una conocida expresión, un elefante en cristalería. Parten del supuesto de que las instituciones tienen recursos ilimitados y liquidez en una época donde precisamente no hay liquidez, que ese tipo de descuentos no afectará la cadena de empleos y que la educación es meramente asistir a clases. Una visión instrumental, pobre, de la complejidad de la educación y su estructura. Ésta va más allá de la presencia física del profesor y requiere visión académica, objetivos definidos en el tiempo, revisión de metodologías y preparación de materiales de trabajo; coordinación, plataformas tecnológicas, capacitaciones permanentes. Se paga una institución, no las horas de clase. Es gravísimo que estos líderes políticos y algunas personas que se benefician de la educación privada (por algo han puesto a sus hijos ahí), la identifiquen con un servicio como el agua, el consumo eléctrico o crean que los colegios son una guardería. Un colegio no es un edificio. Por eso se lleva en la memoria y alienta las vidas.
Ciertamente, las instituciones privadas deben apoyar al máximo en el pago a los padres de familia que creen en ellas. Es una época de sacrificios para todos. Y habrá casos extremos que atender. Pero los padres de familia deben ser los primeros en defender sus instituciones y evitar que sus hijos terminen sin norte por estas absurdas y demagógicas pretensiones.