Aproximación a la producción audiovisual en el Ecuador contemporáneo desde la visión del campo académico – científico

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Por Mario Moncayo Romero

“Sólo una Teoría de la mediación social puede permitirnos «superar» aquella reducción fundamental que hace de la comunicación una mera forma de la representación ideológica”.
Jesús Martín Barbero

El análisis de la producción audiovisual ecuatoriana, con puntualidad lo que ha ocurrido y ocurre en sentido diacrónico-evolutivo con la industria del animado, remite desde lo específico-singular a nutrir una agenda muy en boga al interior del campo de la comunicación, aquella que se ocupa de las industrias culturales, su relación desde el consumo con los imaginarios y representaciones sociales. Al tiempo que interesa a la sociedad civil en general, desde la instancia de cómo la ciudadanía valora, interpreta y toma partido sobre la producción audiovisual endógena, con énfasis en el animado y su compromiso educativo hacia las nuevas generaciones, a punto de partida de lo que establece la Ley Orgánica de Comunicación 2011, que guarda correlato con lo que refrenda la Agenda del Buen Vivir y la nueva matriz productiva del estado ecuatoriano, y que en última instancia responden a racionalidades de las políticas públicas que el país se está planteando.

Es evidente que, aunque la Ley no prescribe temáticas específicas, lo cual correspondería a una política puntual de producción audiovisual, mediática y cultural (hoy inexistente), se trata de comprometer al audiovisual ecuatoriano con la dignificación social a la que aspira el modelo social actual y para lo cual, lo que produzcan, difundan y promuevan los medios como aconteceres y propuestas lúdico-reflexivas resulta clave. Máxime en un país en el cual no hay creada una industria cinematográfica del animado, y todo cuanto se produce, circula y se consume & recepciona a través de canales masivos, responde a esfuerzos de la televisión pública, a menudo como piezas aisladas y no articuladas bajo un propósito cultural y educativo común.

Este estado de la cuestión, entonces de hecho mediatiza insuficientemente al capital cognitivo que se pone en circulación, de ahí que como país Ecuador requiera seguir trabajando más, tanto en el sistema normativo como en políticas intersectoriales que, a modo de deber ser, estimulen y pauten agendas, contenidos, abordajes, problemáticas y modos creativos-discursivos de comunicar, desde un compromiso temático, ético, cognitivo, cultural con la identidad nacional.

En este contexto corresponde a las universidades y al campo científico-intelectual promover entonces un debate público que ponga de relieve las preocupaciones, polémicas, estados de opinión, con alcance tanto a instituciones, creadores como actores sociales diversos; y al tiempo poner en agenda e investigar con espíritu interpretativo los itinerarios por los que ha transitado esta producción, en diálogo con el resto de las industrias culturales y de la propia producción de comunicación pública del país.

Las propuestas de nuevas agendas, construidas desde la investigación y enriquecidas desde un debate público ha de contribuir, sin duda, a una valoración de lo endógeno, que privilegie tomar en cuenta la base real de nuestras carencias y limitaciones; al propio tiempo trazar estrategias de desarrollo cultural sobre el marco de lo posible.

Cualquier análisis al respecto no puede desconocer el peso que sobre el examen de las industrias culturales y sus mecanismos de capitalización y redituabilidad global desempeña el mercado capitalista, y el cómo esa cultura de masas que se pone en circulación, reclama un material expresivo simbólico estandarizado, homogéneo, en el cual se suelen extraviar en el camino los relatos que se apegan a lo singular, a las tradiciones, a lo autóctono, decisivos como sostenes simbólicos de la construcción de lo nacional. De ahí, que a nivel creativo, estratégico y analítico no deban faltar suficientes referentes para asumir a la cultura, en sus múltiples discursos, expresiones y modo de hacer, primariamente como escenario de resistencia y contrahegemonía.

Es por ello que el concepto de identidad, se instituye como una noción de partida para intentar responder preguntas tales como: ¿a quién están representando estas industrias culturales?, ¿es el producto simbólico un resultado genuino y natural de lo que somos y pensamos?, ¿qué es lo ecuatoriano?, ¿cómo se expresa la inter y multiculturalidad en esta producción simbólica?, ¿cuál proyecto identitario queremos y debemos defender?.

Para la investigadora cubana, Carolina De la Torre, el concepto de identidad convoca a un recorrido, sino común, sí útil por igual a la comunidad científica de las ciencias sociales, en aras de “fundamentar el carácter complejo de las identidades y la conveniencia de pensar los polos que la atraviesan, no de manera simple y lineal, sino dialéctica y transdisciplinaria, y sobre todo compleja” (Morin, 1994, Munné, 2000 en de la Torre, 2007)

Pero más allá de la multidiscursividad que distingue al concepto y su aplicación, como a la complejidad desde la cual convoca al análisis, hay una idea que está implícita o explícitamente presente en casi todas las definiciones que pretenden explicarla y es la relación de la identidad tanto con la igualdad como con la diferencia y la otredad, por cuanto ella compromete movimiento, transformación, evolución, diacronía. Y es que la identidad es “un producto de socializaciones sucesivas, es el producto de un proceso interactivo y comunicativo complejo, resultante de un proceso de construcción y negociación conjunta entre el individuo y los otros de su cultura”. (Delgado, p. 47-63).

De igual forma, los procesos de identidad se relacionan con dimensiones otras como continuidad y ruptura, lo objetivo y lo subjetivo, las fronteras y los límites, el pasado, el presente y el futuro, lo homogéneo y heterogéneo, lo que se recibe de otras generaciones y lo nuevo que se construye, lo cognitivo, lo afectivo y lo conductual, lo consciente e inconsciente, etc. (De la Torre, s/f, p.37)

Desde luego que no se trata de una condición inherente al sujeto individual y colectivo, sino también, es condición de todo cuanto el hombre ha creado desde su subjetividad, con alcance a su producción simbólica pues, “cuando se habla de identidad de algo, se hace referencia a procesos que nos permiten suponer que una cosa, en un momento y contexto determinados, es ella misma y no otra (igualdad relativa consigo misma y diferencia –también relativa- con relación a otros significativos), que es posible su identificación e inclusión en categorías y que tiene una continuidad (también relativa) en el tiempo”. (Delgado, op.cit, p. 63)

De esta forma conviene ver su engranaje con la producción simbólica de las industrias culturales, no solamente en lo tocante a los mensajes y representaciones que se ponen en circulación, sino en todo lo que se omite, desvirtúa o silencia, porque al fin y al cabo las identidades colectivas (ellas mismas como articulación de identidades individuales y grupales básicas) admiten ser vistas como “sistemas de acción” y no como sujetos en plural que responden a liderazgos puntuales.

Referencias bibliográficas

Delgado, B., C. J., y García-Fernández, J. M. (2013). Social anxiety and self-concept in adolescence. Revista de Psicodidáctica, 18, 179-194. doi: 10.1387/RevPsicodidact.6411

De la Torre, Carolina (2007. Las identidades: una mirada desde la psicología. Morin, E.(1994). Introducción al pensamiento complejo. (Trad. del fr. por Marcelo Pakman). Barcelona: Gedisa.

Munné, F. (2000). “El self paradójico: la identidad como substrato del self”. En D. Caballero, M.T.Méndez & J. Pastor, La mirada psicológica. Grupos, procesos, lenguajes y culturas. Madrid: Biblioteca Nueva, 743–749.

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