¿Hace falta mirar un meteorito para sentir que un día puede acabar todo? Don´t look up (Adam McKay, 2021) la última película de Netflix que está dando de qué hablar, ofrece una catarsis de la pandemia -sí, la incansable pandemia- que tiene esa sensación de fin del mundo. El meteorito del virus cayó en 2020 y aún vivimos sus efectos porque como dicen los memes, estamos viviendo nuevas temporadas.
Las invasiones extraterrestres también son buenas para poner a la audiencia en modalidad #NosVamosAMorir. En clases de Redacción de Guiones, cuando les pregunto a mis alumnos qué películas recuerdan sobre el fin del mundo, a propósito de Don’t look up, la primera que viene a la mente es 2012 de Roland Emmerich (2009), pero inmediatamente el recuerdo es corregido con la favorita de la infancia: Chicken Little (Mark Dindal, 2005). Roberto era un niño cuando vio el cielo caer en el “ataque extraterrestre” que no buscaba destruir el mundo, sino recuperar a una tierna flama bebé con tres ojos. Para Martha también es su preferida, lloró cuando le quemaron su año viejo (monigote) de este pollito, un fin de año.
Me hice la misma pregunta y tuve un viaje interior. Pasé por mis 13 años, cuando vi Independence Day (también de Emmerich, pero en 1996), una época en la que se pagaba el boleto por ver finales felices, con un Will Smith que aliviaba tensiones dramáticas. Luego recordé una vez que tuve una cita y vi The day after tomorrow (también de Emmerich, 2004), lo único que puedo recordar es que me quedé dormida por el exceso de efectos especiales y la charla interminable del señor que me acompañaba. Retorné a la realidad cuando Jorge me dijo ¡Armageddon, miss! (Michael Bay, 1998). Cómo olvidar la voz metalera de Steve Tyler, la mano de Lyv Tyler, sobre la pantalla sin señal luego de perder comunicación con su padre, quien prefirió inmolarse entre las llamas de una nave espacial para salvar al mundo, a su hija y a su novio.
¿Acaso perder un padre no es otro fin del mundo? Un pedazo de mi mundo se acabó en el 2019 cuando perdí a mi padre. Desde los 400 golpes de Truffaut hasta el ET de Spielberg, la ausencia del padre es uno de los leitmotiv narrativos de mayor conexión con la audiencia, porque la sensación de orfandad no tiene edad, ni tiempo. En Don´t Look Up es determinante para Kate Dibiasky cuando al volver al hogar, tras una puerta cerrada sus padres le contestan “estamos de acuerdo con los empleos que va a crear el cometa” y entonces debe marcharse. Pero el científico Randall Mindy no la abandona en ese paradigma quijotesco de soñar con lo imposible.
La imagen actúa en el espectador, un participante lleno de emociones, de mente y psiquis activa (Aumont, 1992). No es el propósito de estas letras decir si Don´t look up es buena o mala. Estamos hablando de cómo la producción audiovisual teje recuerdos, cómo un conjunto de imágenes es capaz de despertarlos, conectarnos, hacer que la garganta se sienta vacía, sin aliento.
Sea cine arte o de canguil. Imágenes que tienen la capacidad de trascender. La narrativa de películas sobre el fin del mundo -y otros desastres- hoy le dan prioridad a los afectos especiales. La catarsis ya no está dada por los defectos especiales de ver caer edificios, sino que es un collage, tal como aparecen los recuerdos, súbitos e impertinentes. Hace más de 100 años Kuleshov, Pudovkin, Einsenstein ya lo sabían. Esa yuxtaposición de imágenes llamada montaje es creadora de una narración semántica, con una finalidad más allá que la de mostrar: generar sensaciones en el espectador.
Las secuencias de imágenes congeladas de Don’t look up tienen ese efecto. Para quienes hemos visto Melancholia (Lars Von Trier, 2011), el parangón es inevitable. Tanto al inicio como al final, Melancholia muestra varias tomas en cámara lenta de Justine (Kirsten Dunst) cuando tiene las visiones del planeta que chocará contra el mundo mientras ella y su familia intentan salvarse. El efecto de ese desconcierto también lo aplicó Ingmar Bergman en Persona (1966), que empieza con un collage de imágenes disímiles que dejan a un espectador desconcertado, listo para ver la colisión mental de dos mujeres que parecen una sola. Y el amor como telón de fondo. Esa búsqueda de compañía para el momento del desastre, capaz de destruir y arreglar relaciones, es el planteamiento de Seeking a friend for the end of the world (Lorene Scafaria, 2012), desavenencias que también explora Don´t look up.
El encanto de la imagen reside en la posibilidad de que su representación derive en la sustitución de la realidad como de hecho se logra con las simulaciones (Tolentino, 2018). Y a través de la neurociencia se puede analizar cómo se interrelacionan la creación artística y las percepciones del espectador dentro del cerebro humano, en lo cual es determinante la sensibilidad e imaginación del artista para transmitir emociones y sentimientos al público (Contreras y Gasea, 2016).
Vi Don´t look up junto a Darwin, mi esposo. -¿Qué quieres hacer cuando sea el fin del mundo? -Tratar de salvarnos, me dijo. -Bueno, pero yo también quiero que cenemos, le contesté.
No son solo videos de una película o serie. Los creadores de contenidos son capaces de crear recuerdos que nos habitan cuando viajamos a nuestro centro de la tierra.
Sylvia Poveda Benites
Periodista y Magíster en Escrituras Creativas
Docente de la Facultad de Ciencias de la Comunicación UEES