Por Katherine Calero
Aparecen y se propagan sin control; crean temor, dudas, incertidumbre y falsas expectativas. No hay persona alguna que pueda decir que no ha sido víctima, aunque sea por segundos, de una avalancha de narrativas armadas de forma deliberada por desconocidos para inducir a otros a creer hechos falsos o poner en duda hechos ya corroborados. Me estoy refiriendo a las llamadas “noticias falsas” o fake news, que sin periodicidad ni orden alguno invaden los espacios más privados de los lectores. A simple vista tendrían dos particularidades: se crean con un propósito, ya sea económico o ideológico, y aparentemente se verían como un género periodístico; y es ahí cuando los periodistas impugnamos si en realidad se puede hablar de “noticias falsas”.
Como defensores de la profesión sabemos que la información es noticia cuando ha cumplido con un proceso de verificación de fuentes, por lo que este fenómeno no es más que una propagación de rumores infundados, con la diferencia que su escenario de divulgación no es un salón de belleza o un café restaurante, sino una plataforma digital en la que sus emisores son personas comunes disfrazadas en las redes sociales.
Los creadores de textos falsos son capaces de transmitir mensajes de todo tipo, de una forma muy sutil. Utilizan la supuesta autorización de expertos, también la moralización y la racionalización, pero lo que más aprovechan son las emociones.
Un claro ejemplo de esto ha sido lo vivido con la crisis sanitaria mundial producto de la expansión del COVID-19. Se evidenció una difusión indiscriminada de información falsa, lo que llevó a la Organización Mundial de la Salud a acuñar el término infodemia para definir a una situación de miedo e inseguridad originada por la expansión de rumores de todo tipo con relación a la enfermedad, conducta que se convirtió en algo mucho más peligroso que incluso el propio COVID-19.
Y es que la falsa información tiene pocas limitaciones en cuanto a costos y producción se refiere, por lo que es muy fácil su difusión. Cualquier persona con intenciones dañinas tendría el poder de modificar el comportamiento de los usuarios a través de la propagación de la desinformación.
Pero la buena noticia (y esta sí es noticia porque que fue verificada a través de la investigación), es que los jóvenes universitarios tienen un alto índice de alerta ante la desinformación. Un estudio realizado a los alumnos de la Universidad del País Vasco en España durante el 2020 reveló que el 80% de los encuestados asegura tener criterio para distinguir una información fiable de aquella que no lo es, mientras que el 74% admitió que hoy en día desconfía más, respecto a unos años atrás, de la información que recibe a diario desde diversos canales. En términos generales consideran que ahora hay más información falsa porque cualquiera puede publicar una información y existe facilidad de hacer y propagar fake news en redes sociales.
Resultados similares se obtuvieron a través de un sondeo de opinión realizado a alumnos de la Universidad de Especialidades Espíritu Santo de Ecuador. Un 74% aseguró tener criterio para detectar información con la verificación de fuentes o con el contraste con otras fuentes, siendo Facebook la red social donde más fake news se publica (28.29%) seguida por WhatsApp (24.37%) como un canal complementario.
Pero, ¿Cómo podemos terminar con las “noticias falsas”? Es una respuesta desafiante y compleja por definir; sin embargo, lo que sí se puede recomendar es que los usuarios verifiquen siempre los contenidos que supuestamente aparecen de fuentes oficiales. Paralelo a esto, las instituciones deben aumentar su información confiable accesible para todo el público y así evidenciar una transparencia en la comunicación.
La posibilidad de regular los contenidos en redes sociales es un tema muy delicado, ya que puede estar muy cerca de la censura como tal, lo cual no sería aceptable. Los investigadores de la comunicación que trabajan en este tema prefieren dar un enfoque regulatorio que recomiendan debe ser tratado en el debate público para así aumentar la conciencia social sobre los efectos nocivos que deja la propagación de información falsa.
Diario La Hora plantea a los lectores cinco preguntas cuyas respuestas diferenciarán a una noticia de una información falsa:
- ¿Quién la escribe?
- ¿Por qué me llega esta información?
- ¿Dónde está publicado?
- ¿Qué se puede verificar?
- ¿Cómo es la información?
Sin lugar a dudas el aumento de fake news ha dado lugar a nuevas áreas de investigación para los profesionales de la comunicación, que incluyen la ética, la confiabilidad, la selección de información y la curación de contenido. Lo que a mí concierne, insisto en que el término no debe ser fake news o “noticia falsa”, sino información falsa.
Bibliografía
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